MANDALABAND
- EL OJO DE WENDOR (1977)
Voces principales -
Eric Stewart, Maddy
Prior, Graham Gouldman, Justin Hayward, Kevin Godley, Paul
Young
Voces de respaldo -
Friday Brown,
Fiona Parker, Lol Creme, David Rohl, Martin Lawrence, Kim
Turner, Ian Wilson, Steve Broomhead
David Rohl - Pianos, piano Vox,
sintetizadores, clarinete, efectos de sonido
John Lees - Guitarras
eléctricas
Steve Broomhead - Guitarra
acústica y eléctrica
Jimmy McDonnell - Guitarra
Bajo -
Les Holroyd, Pete Glennon, Noel
Redding, Alf Tramontin
Woolly Wolstenholme -
Melotrones, sintetizadores, Cornetas Moog
Kim Turner - Batería, Rototoms,
Glockenspiel, campanas tubulares, tímpanos, congas, Tam-Tam
Kim Turner - Batería, Rototoms,
Glockenspiel, Vibes, congas, castañetas, percusión
Trompetas -
Andy Wardaugh, Mark
Gilbanks
Trombones -
Andy Crompton, Mike
Carlton, Dave Gorton
Cuerdas -
Hallé Orchestra
Coro -
The Gerald Brown Singers
otros
Finalmente contó sobre el reinado
de Aenord cuando la
capital de la nación estaba al Norte del Mar de Wendor sobre
una meseta elevada desde donde se podía observar todo el
imperio. La ciudad capital de
Carthilias había crecido con los siglos hasta
convertirse en un inmenso puerto de comercio, que servía a
los enanos en las montañas del Este, y por el mar, a toda la
gente del Sur y del Oeste. Con esta prosperidad vino la
construcción de magníficas obras de arquitectura y para
cuando Aenord se coronó, la civilización había alcanzado un
pico nunca alcanzado antes por la humanidad.
La destrucción de la antigua ciudad
Luego llegó la época del gran
desastre, cuando la tierra se sacudió con una ira terrible y los
cielos se oscurecieron con una tempestad maligna, dejando a la
ciudad en ruinas y escombros. Se perdieron muchas vidas en ese
fatídico día y muchas más se perdieron debidos a las
enfermedades tras la desgracia.
Aenord sintiéndose muy atormentado,
decidió trasladar a su gente de este lugar de aflicciones,
buscando nuevas tierras al Sur. Así que caminó con su Reina,
Eleanor, por avenidas ruinosas
por última vez y le contó de su plan. Con ellos estaba su hijo
pequeño, Délon. Aunque sus
padres estaban en una profunda conversación, él jugaba con las
pilas de escombros. De pronto fue atraído por un extraño
resplandor que provenía de abajo de una rota piedra pavimentada
y pasó por encima de un hueco bajo la losa, regresó agarrando
una gran gema roja. Con gran excitación corrió a sus padres para
mostrarles su descubrimiento. Aenord le permitió a Délon
conservar la piedra roja ya que él se alegraba mucho en su
compañía. Y así fue que el Ojo de Wendor llegó por primera vez
entró en posesión de los Cartilianos.
Le tomó varios días preparar a la
poderosa flota Cartiliana para el viaje. El acceso a la
playa de Wendor desde la ciudad descansaba sobre un estrecho
camino acantilado y se llevaron varios cientos de reses y de
caballos así como de provisiones desde las cumbres en una
sola fila. Al final todo estaba listo y la gran aventura
empezó cuando caía la tarde en el día 17 luego del desastre.
Elsethea
Como todos sabían, les esperaba el
peligro porque en las profundidades del mar interior habitaba
una gran serpiente. Las naves de la flota se construyeron con
poco calado para facilitar los viajes de intercambio a lo largo
de las costas en las aguas poco profundas adonde Elsethea no
podía llegar. Pero ahora era necesario hacer una larga fila y
cruzar el lago de la manera más corta posible para llegar a las
playas sureñas alrededor de la costa, porque el viaje tomaría
varios meses y con miles de bocas por alimentar, la hambruna
llegaría antes que terminara el viaje. La posibilidad de
encontrarse con Elsethea parecía un riesgo que valía la pena. El
millar de naves se dirigieron hacia el mar y la gente volteó sus
rostros para ver por última vez la vieja capital que había sido
su herencia por cerca de tres centurias.
En la mañana llegaron al
Lago Wendor, cubierto en un
manto de neblina colgante. Había poco viento y lo que parecía
una quietud sobrenatural sobre las aguas. La gente no habló
mucho y todo lo que pudo oírse era el sonido de los remos que
rompían la superficie soñolienta del lago.
De repente desde el otro extremo de
la flota apareció un gran ruido desgarrador, todos los ojos se
voltearon esforzándose para ver a través de la neblina cuando el
mástil de una nave desapareció bajo las aguas revueltas. Entre
el caos ascendió la enorme cabeza y el cuello de Elsethea, con
sus garras goteando con la sangre de los desafortunados
ocupantes de la nave que se hundía.
Las flechas y las lanzas se lanzaron
en vano, mientras su escamoso cuerpo se dirigía a su segunda
víctima; no había nada que nadie pudiera hacer cuando su
poderosa cola aplastaba otro galeón. La única salida era tratar
de dejar atrás a las víctimas que seguramente caerían. Luego de
varias horas y siete galeones perdidos en la profundidades del
lago, Elsethea se perdió de vista. Pero la flota se había virado
fuera del curso y aún faltarían varios días para estar a salvo
en las costas sureñas.
Exhaustos por sus esfuerzos de
escapar de Elsethea, los remeros de la flota al estar ahora
fuera de peligro, finalmente tomaron un descanso. Aenord viendo
la miseria de su gente, supo en su corazón que era imposible
continuar el viaje por tres días más sin descanso. Por lo tanto
decidió que su único rumbo era virar hacia el Este, esperando
llegar a la Isla de Wendilianor,
que debía estar cerca luego haber escapado de las garras del
gran monstruo. Sabía de los habitantes de esta amplia isla,
donde estaban los Elfos Grises de
Galadmin, quienes habitaban en la isla mucho antes
que se crearan los archivos de Carthilias. Lo poco que era
conocido acerca de los elfos era que eran cautelosos de los
hombres, viviendo en su reino en un aislamiento mágico, y el
hombre en su ignorancia creía que eran fríos y de alguna manera
les temían. Sin embargo, era la única ruta que Aenord podía
tomar y así fue que buscó a los reinos elfos por refugio, aunque
sea por un corto tiempo.
La Isla de Wendilianor
Finalmente los vientos ligeros
llenaron las velas de los maltratados galeones, así que dieron
vuelta y navegaron por el resto del día. Era cerca a la noche
cuando un grito se elevó desde el mástil principal de la nave
insignia. En respuesta todos los ojos miraron hacia el
horizonte. Allí entre la nube baja que ocultaba el lago, iba
apareciendo un contorno nublado con dos grandes picos elevándose
a lo alto por encima de las nubes, allí estaba la tierra
legendaria, el misterioso Wendilianor. A medida que la flota se
acercaba, la belleza de esta isla mágica que se bañada en un
resplandor cálido del sol de atardecer, era una fuente de
maravilla a sus ojos.
Grandes bosques dorados caían cual
cascadas sobre las laderas de las montañas hacia los acantilados
de arenisca roja cuyas paredes resplandecientes acorralaban las
implacables olas. Los dos picos se levantaban dejando a la
foresta alejada por debajo de ella elevándose por encima de las
nubes blancas donde sus picos cubiertos de nieve perforaban los
cielos claros azules. Era allí, al pie de la montaña occidental
que Aenord y sus seguidores contemplaron a
Mythralis, la ciudad de los Elfos Grises, con
torres de plata y perlas resplandeciendo entre los árboles
dorados como si la ciudad estuviese suspendido en un aire
atemporal: grandes arcos blancos uniendo una torre con la otra y
hermosas flores engalanaban todas las ventanas y los balcones.
Con el anclaje de la nave insignia,
se bajaron lanchas a las aguas de la bahía y en las costas bajo
la ciudad apareció una comitiva. Aenord salió del bote y se
aproximó al Rey de los elfos, un elfo alto y majestuoso cuyo
pelo y barba plateado caían sobre su capa gris en largos rizos.
Se les vió hablar por algunos minutos antes que Aenord regresara
al grupo que lo esperaba. Nimrond,
el Rey elfo, había escuchado el relato de las tragedias que
habían ocurrido sobre su gente y sin titubeos les ofreció la
hospitalidad y la amistad del Reino Elfo.
Y así fue que los Cartilianos
pasaron cerca de seis meses en la Isla de Wendilianor. Por la
belleza de sus alrededores y la amistad que creció entre los
hombres y los elfos dejaron de pensar en su viaje. Pero en su
corazón, Aenord sabía que sus anfitriones habían soportado la
carga de su gente por demasiado tiempo, porque eran fuertes de
mente y cuerpo y curaron a los enfermos de su tragedia por la
sabiduría y la magia de los elfos. La esperanza por un futuro
había regresado a sus almas y había llegado el momento para
continuar su viaje.
Y así Aenord, como un regalo de
despedida para sus amigos elfos, ordenó que se construya un gran
terraplén a través de las aguas poco profundas que separaban a
la costa sureña del lago de Wendilianor. Y un millar de sus
albañiles y de artesanos se quedaron para unir las pequeñas
islas en la región y crear un lazo que pueda unir las dos razas
en amistad e intercambio cuando se hayan asentado en las tierras
al Sur. Y así a cambio, el Rey Nimrod y su Reina,
Zendelwyn, le
preguntó si podía visitar a los Cartilianos dentro de un año,
cuando llevarían en retribución un regalo de gran valor.
Finalmente la flota salió a navegar
con gran júbilo aunque en sus corazones sintieron una gran
tristeza al dejar este paraíso de paz y de belleza. Pasarían
muchos siglos antes que los lazos de amistad, forjados en estos
meses felices fueran rotos. De aquí en adelante, muchas veces el
hombre y el elfo se unirían contra las fuerzas del mal.
La flota navegó esta vez de forma
segura en las aguas poco profundas hacia el sur de Wendilianor,
dentro del refugio de las pequeñas islas, evitando así otro
encuentro con Elsethea. Y así fue que llegaron finalmente a
tierra firme de nuevo. Se construyó un asentamiento al que
llamaron Lakoland, para
albergar a los albañiles que irían a comenzar el terraplén. El
resto de la gente partió una vez a la búsqueda de un
emplazamiento para la nueva capital, dejando atrás a los
galeones en Lakoland.